Donald Sutherland y La invasión de los ultracuerpos

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En 1978 Philip kaufman realiza una nueva y muy interesante versión del clásico de Siegel, producida por Robert H. Solo. Aquí se ha sustituido el pequeño pueblo de Santa Mira por la ciudad de San Francisco, manteniendo la misma trama y estructura del film anterior (dos parejas que intentan escapar de sus conciudadanos convertidos en alienígenas gracias a las famosas vainas), y protagonizadas por los famosos Donald Sutherland, Brooke Adams, Veronica Cartwright, Jeff Goldblum y, en el papel de inquietante psiquiatra, Leonard Nimoy.

La primera parte del film consigue transmitir la incomunicación de una gran ciudad, con una lluvia persistente y las calles abarrotadas de trafico, y sus habitantes que caminan con aire frío y desapasionado, impávidos incluso ante el cadáver de un transeúnte atropellado, y sin que podamos adivinar si son verdaderamente así de inhumanos o ya han sido sustituidos los las vainas extraterrestres (por cierto, el peatón atropellado es el mismo Kevin McCarthy del film de Siegel, que sigue entre los coches avisando del peligro que les acecha, en un bucle sin fin). El mismo Siegel hace igualmente un cameo como conductor de un taxi que traiciona a nuestros protagonistas.

Interesa destacar la asociación de este film con la moda del cine de zombis. Las hordas de humanos extraterrestres cuando persiguen a nuestros protagonistas lo hacen como autenticas jaurías, incorporando un grito escalofriante (un verdadero hallazgo, ya que aporta un toque animal e inhumano a una apariencia totalmente normal).

Además, cuando no persiguen a los pocos humanos que todavía quedan se comportan como autómatas, sus caras no muestran emociones, caminan en filas por el centro de los pasillos, y de forma indolente eliminan los restos humanos suplantados en asépticas bolsas en los camiones de basura.

A estas alturas no creo destripar a nadie el final, un verdadero hito en la ciencia ficción de los 70, cuando vemos al magnífico Donald Sutherland señalando a la indefensa y confiada Veronica Cartwright con un aterrador grito que hiela la sangre. Un final mucho más desolador que el postizo del clásico de los 50.

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